lunes, 31 de enero de 2011

Constipación Creativa

Todo comenzó como cualquier constipación: cansancio, cuerpo cortado, y una total languidez que consumía mis segundo de vida. Nada que no pudiera ignorar y seguir con mi monotonía. Despertar, meterme a bañar y salir a trabajar: 8 horas de trabajo continuo que sin problema me hacían olvidar este dolor de… (qué sé yo). Y así viví por un par de meses hasta que una extraña necesidad de llenar mis horas de ocio me hicieron ir directamente hacia mi librero.
-  Necesito leer - pensé y desesperadamente busqué un libro.
Evité Pessoa, E.M. Cioran, Nietzsche, y todos aquellos compañeros que me hacen entrar en una total desolación exquisita. La verdad es que no estaba para experimentar con mi depresión lánguida y sosa, necesita una salida.
Grande fue mi asombro al tomar un libro y ver como todo esa desolación se expandía por el espacio; el librero gris, ahora se veía pantanoso y los libros (de colores diversos) eran de un tono sepia, al igual que mi vestimenta y la punta de mis dedos.
No diré que solté el libro y me fui corriendo, eso sería mentir (tengo una extraña atracción por el pesar) lo que hice fue buscar el embaucador libro de Cioran De Lágrimas y de Santos. Sonreí al descubrir que seguía igual que siempre: opaco con trazos sepia. Pero, sin previo aviso, cuando la belleza tétrica develadora y fatalista de Emilé comenzaba a escurrirse por mis dedos, todo se torno brilloso alegre dolorosamente perfecto. Lo peor fue cuando abrí el libro, al abrirlo ( sé que no me van a creer ), pero lo juro por quién debo de jurar –aunque hace años que no asisto a ninguna ceremonia religiosa–. Lo juro por esa imagen que siempre recurro cuando me siento al borde de la vida, que al abrir De Lágrimas y de Santos, las letras de Cioran se transformaron en verso de Bécquer. No en las absurdas y deleitables letras de Beckett, en las asqueantes y cursis letras de Bécquer creador a pesar de la literatura del conocido y comercial movimiento “El  cursismo”.
Definitivamente no pude seguir, dejé a Cioran y (ahora sí) salí corriendo. Abrí la despensa y saqué mis pastillas ¿antialucinantes? no de esas no tomo, tomé las pastillas de los nervios y prendí la televisión.
Así empezó mi vegetar, utilicé la televisión como el medio perfecto para no sentirme lánguida y enferma.
Seguí yendo a trabajar, y vivía mis días como lo hacen todos ( o la mayoría) siempre buscando no tener momento de inspiración. Deje de ir al cine sola, deje de salir a caminar y observar a la gente, deje de sentir pasión aún cuando mi bella y excelsa musa suele bañarse y caminar en soledad por mi espacio (bueno, en esos momento es difícil dejar de sentir pasión), pero cuando eso sucedía, yo, de la manera más desgastada, recurría al cliché de masturbarme y después de correr el sillón blanco con mis represiones, prendía la tele. Algo debía impedir a toda costa que yo pensara en libros o literatura.
No, no soy cobarde, deben admitir que leer un Cioran dentro del cursismo, es como … no sé,  sólo de pensarlo me dan escalofríos.
Bueno, creí que todo estaba solucionado, pero estaba equivocada. Una noche mientras dormía y disfrutaba del oscuro silencio de mi mente adormilada con tila y valeriana, desperté (o al menos podría jurar haber despertado). Todo fue tan real, las paredes eran devoradas por el viento y mi cama se elevaba sin razón, más cercana la imagen a un desastre natural que a un exorcismo con vomito verde.
Mientras el viento cual enemigo hipócrita que en primavera, por un lado, acompaña con brisa el realismo mágico de las mariposas y, por otro, en una furia repentina se come todo sin clemencia; sentí como regresó la constipación. Mi respiración se tornaba torpe y dificultosa, la languidez despertaba cual electroshock y recorría mi cuerpo; me asfixiaba. Desperté.
Quise seguir con mi vida, continuar dormida o bueno en ese sonambulismo tan "cómodo".Pero los sueños comenzaron a acosarme, me llevaban a otros lados, tan llenos de historia, extraños, llenos de poesía, arte, música... Pero no todo era tan maravilloso como suena. Todo lo vivía detrás de una vitrina. No escuchaba la música, ni sentía la poesía, tampoco veía las pinturas, simplemente sabía que ahí estaban porque podía ver su vació y ese vació empezaba a comerse mi piel. Los sueños se repitieron un día tras otro; hasta que al décimo día pude verme sola con mi cabeza sostenida por un sillón de televisión mirando casi en un coma profundo el vació detrás de una vitrina cubierta por el silencio. Desperté sin espavientos, abrí los ojos e inmóvil miré el techo blanco de mi recamará, necesito un libro - pensé y continué el día en mi estado zombi.
Regresando a mi casa con total alegría descubrí que una librería del Péndulo sería abierta próximamente. No pude evitarlo, sonreí y acto seguido regresó la languidez, ahora no era pesada era una languidez eléctrica que movía con rapidez mis músculos y presionaba mi piel. Al parecer la inmovilidad tenía consecuencias hasta físicas.
Ignorando esa sensación (soy experta en hacerme wey) llegué a mi casa y nuevamente prendí mi automático hasta quedarme dormida. Regresé en sueños a aquel lugar de la vitrina aunque ahora todo era distinto. Los cuadros estaban vivos y la pintura transmutaba su estado en música, poesía, gráficos, según el espectador, todo esto sin energía o al menos sin energía eléctrica. Fue entonces, que aquella enemiga de vida - la inspiración- llegó "tuve una idea" o al menos creí tenerla porque acto seguido aparecí en un escenario gris y vació cual película futurista de los 80, estaba sola, sin idea alguna y sin inspiración ( en ese momento creí ser victima de una Inception) bueno no es mi culpa estuve viendo muchas películas mientras dormitaba en vida. Aún así, estoy convencida que en este caso no era del todo errónea mi percepción, al parecer yo misma me había implantado a mi misma para sacarme de mi sueño y sacarme la idea para poder vivirla desde mi otro (el dormido en vida) que ya no quería seguir durmiendo (¿complejo?) créanme se oye más simple de lo que se siente.
Nuevamente desperté del sueño a mi estado dormido en vida, aunque ahora con una sensación adrenalínica de hacer algo, tome un libro lo abrí y (sorpresa) no era Bécquer, ni siquiera pude ver que era, porque un terrible enfermizo y casi explosivo dolor de cabeza me invadió. Reí con una risa sarcástica seca y muerta cual mi habitual estado de vida.
Estaba perdida, era una enfermedad incurable nunca más podría leer y mucho menos escribir, era mi fin, debía despedirme y dejar todo ahí comenzar a verme como otro monito más de la maqueta llamada “vida normal” y seguir así, sin más (¿fatalista?) quizás, pero eso sentí.
Hasta que la idea perdida, o más bien robada por mi misma en mis sueños, apareció. No era una enfermedad que me impedía leer, tenía Constipación Creativa, por eso el dolor de cabeza, al tomar el libro todas esas ideas suprimidas y esos instantes de inspiración reprimidos querían salir explotar gritar.
Aún me río ¿cómo no hacerlo? tengo Constipación Creativa, por eso saldré compraré un lienzo y pintaré, ya después escribiré, porque si lo hago ahora no diré nada, sólo embarraré el papel con ideas mocosas,  lánguidas, pesadas y enfermas...